Lo primero que se me ocurre decir de Carlos Pulache es que lo considero uno de mis grandes amigos. Somos compañeros de colegio desde primero de primaria y compartimos 10 años de estudios. Mis primeros recuerdos, y se lo he comentado a él, lo proyectan en los recreos corriendo con Miguel Ángel Quiñoñes Castro dando vueltas a la cancha de grass del colegio e imitando sonidos de camiones. Luego aparece en Secundaria en cuarto año convertido en una luminaria en matemáticas. Realmente su ascenso al Olimpo de los números fue impresionante. Teníamos como profesor de Matemáticas a Córdova un señor algo gordito con grandes dotes para la enseñanza. En clase supuestamente quisieron enfrentarnos a Carlos Pulache y a mí. Nuestros compañeros trataban de sembrar la discordia entre nosotros discutiendo en voz alta quien era el mejor de los dos en matemáticas. Para la tranquilidad póstuma de esos compañeros, les diré que he sido bueno en matemáticas pero nunca me gustaron como pasión. Carlos realmente era bueno en los números. Era como si recién se hubiera despertado, como si el velo de la obnubilación de los secretos matemáticos se hubiera corrido de pronto y le hubiera mostrado el arcano que permite aprehender las matemáticas para siempre. Un día el profesor Córdoba había dejado 20 problemas de matemáticas para resolver. En casa yo había podido solucionar 19 y me quedé con un problema inconcluso. Llegué al colegio y entramos al salón. Esperé que haya silencio y noté que todavía no llegaba el profesor de la primera hora de clases.Como me faltaba un problema, analicé las alternativas y concluí que el único que podría ayudarme era mi compañero de salón Carlos Pulache, así que me levanté y fui hacia su carpeta y le dije "cholo, este problema no me sale. ¿Cómo se resuelve ?" Esta escena causó revuelo en nuestro salón pero les juró que no fue premeditada. En todo caso el problema era de los compañeros que querían convertirnos en enemigos y creían que "Guerrón nunca iba a atreverse a reconocer su ignorancia" en un tema puntual. En realidad no me conocían. (Yo siempre he reconocido lo que sé y lo que no sé.) Carlos me miró sorprendido y por un momento creyó que yo estaba bromeando. Pero inmediatamente se dió cuenta que yo, verdaderamente, no sabía resolver ese problema. Me enseñó la solución con gran cortesía y le agradecí. Volví a mi carpeta. Yo había contribuido, sin quererlo, a derribar un ícono falso que la envidia había construido con especial diligencia. En quinto nos hicimos grandes amigos y ambos con Jorge Devoto. La amistad creció con los años. Cuando iba a Sullana era una obligación moral visitar su casa, saludarlo y a su señora madre. Luego nos íbamos a comer un cebiche a la calle cuatro a alguna picantería "banderablanca". Conversábamos de literatura, nuestra gran intersección. También hablábamos de cine, de arte. Convergíamos, por lo general en mi casa por las noches, como los perfectos marginales que éramos y celebrábamos tertulias terminables que nos dejaban un sabor de inconclusión. Luego tuvimos una época en la que el intercambio epistolar fue el único medio de comunicación. Hace 4 ó 5 años fui por Sullana y lo ví muy brevemente. Y después nos hemos perdido el rastro. Sin embargo siempre les digo a mis hermanos que lo saluden si lo ven en Sullana. Sé que vive en Sullana con su madre, en la esquina de la Avenida José de Lama con la calle Carlos Leigh. Trabaja como profesor de secundaria y con esta actividad, presumo que, satisface sus más caros anhelos. Carlos es una de esas almas sensibles cuya verdadera vocación es el arte y creo que, más precisamente, la literatura. Ese es mi apreciado amigo Carlos Pulache. Para él mis mejores deseos de parabienes.
( alfredo guerrón )
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