En la calle Lima, en Sullana, justo en el cruce con la berma central de la Avenida José de Lama, a eso de las 8 de la noche aparecía un señor gordito con el mandil un tanto sucio empujando una carretita y se instalaba allí. Siempre lo vimos solo y vendiendo unos anticuchos excepcionales. Era la peregrinación obligada de los vespertinómanos y de los noctámbulos. Se supone que aprovechó su éxito comercial y ahorró. Y una vez dió el golpe, nos enteramos que había comprado un local de por lo menos 300 metros cuadrados en plena avenida pero dos cuadras más allá cerca de la casa de la familia Tassara. Y en Sullana ocurrió un milagro, lo suficiente para que se convierta la ciudad en un objeto de culto, uno de los prodigios a los que Dios nos tiene acostumbrados, una prueba del poder de Dios para que se conviertan muchos impíos. Apareció la familia del señor a borbotones. Y coparon los puestos más sacrificados, sus hijos resultaron el cajero, el administrador y su sobrino el gerente. Nosotros pensábamos que era un huérfano total, lo habíamos visto casi 10 años empujando su carretilla y nunca vimos ni por asomo a un familiar o siquiera alguna fracción de familiar que lo ayudara. En realidad sí lo ayudaban, no seamos mal pensados, en su casa lo ayudaban a terminar la comida. En todo caso me alegró su progreso.
(alfredo guerrón).
(alfredo guerrón).
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